No es la primera vez que me declaro fan absoluto del baloncesto femenino. Por más que un amigo mío, entrenador profesional, lo desprecie –más en broma que en serio, creo-; por más que la televisión le preste, escasamente, el uno por ciento de la atención que le ofrece al masculino, por más que, salvo muy honrosas excepciones, sea un deporte que no mueve grandes masas, soy fan del basket que juegan las chicas.
Aunque atemperado por los años y la pátina de cinismo y dureza que estos van dejando, aún conservo el cariño y el respeto con el que nos tratábamos Silvia, Sancho, Ana (a la que pillé con la cámara de Localia Salamanca –R.I.P.- comiéndose un pastel y que la pobre no sabía cómo decirme que mejor no sacáramos las imágenes, que le daba apuro)… Las chicas y su entorno.
No he olvidado el enfado por la salida de tono de Laia, que le puso a toda una ciudad en contra, a mí incluido, a pesar de que tenía que hacer mi trabajo con neutralidad o la descomunal admiración que me despertaba Amaya…
Respeto, admiración, cariño
… Han pasado los años…
… Y sigo siendo un verdadero incondicional de estas chicas, de las que aún juegan y de las que ya no, de las que están empezando en esto y de las que se van a apartar del basket profesional pronto. Por tal motivo, es natural que de vez en cuando me quede ronco viéndolas por la tele.
Y es que aún estoy digiriendo lo de la final del Eurobasket femenino. Guau. Frente a Francia, en casa de las francesas, con la presión del público y una selección que nos tenía muchas ganas. Y ganaron… Ganamos.
Lágrima de alegría
Amaya y Elisa, llorando de alegría. Todo el mundo con la garganta quebrada del esfuerzo y la emoción. Y Europa –Francia incluida- en pie y descubierta ante las nuevas campeonas. Fue un partido épico ante la que es, probablemente, una de las tres mejores selecciones del mundo. A cara de perro, pero sin perder en ningún momento el trato de guante blanco y las ganas de gustar y de gustarse.
A pesar de que Marsellesa cantada a capella por miles de franceses exaltados tiene que impresionar, las chicas de Mondelo no se achicaron ni así. Jugaron sin complejos, sin miedo ante un equipo sólo en apariencia superior. Y nos regalaron una alegría en forma de 69-70 difícil de olvidar.
Al cabo de unas horas, la selección de fútbol masculina jugaba la final de la Copa Confederaciones. Pero, como todos sabemos, esa es otra historia.