Hace una semana me encontré a un amigo, el cual conocí hace ya casi 20 años. Cuando ambos jugábamos al más primitivo baloncesto. Siendo sólo unos niños. Él era claramente mejor que yo, llegando a jugar en el equipo provincial. Yo lo terminé dejando y decidiendo que mi sitio estaba en las gradas animando.
Tras alejaros, recordé mis sueños de convertirme en Magic Johnson. En mi póster de Angulo y su autógrafo en una servilleta… ¡qué momento aquél!. De mis sueños de ser un gran jugador y el daño que hacían las películas de mediodía en el que un chico como yo conseguía encestar en el ultimo minuto. Y recordé este cortometraje: BASKET BRONX.
Alex y su sueño
Alex es un chico afroamericano solitario. Todos los días coge su pelota de baloncesto y sueña en la cancha con llegar a ser un gran jugador de baloncesto. Cuando la realidad es que sufre una leve cojera. Es bajo y desgarbado y, lo mas importante, es incapaz de encestar el esférico en la canasta.
Aun así, es constante e insiste día tras día. Con la misma asiduidad que los matones del barrio. Gente mayor que él que se creen los reyes de la pista y con exclusividad para ella. Que no dudan en humillar y malograr al personaje una y otra vez. Haciéndole siempre abandonar el lugar.
Otro niño y sus otros sueños
Este niño es Martín Rosete, el director del corto. Un enamorado del baloncesto desde su más tierna infancia. Que decidió dar el salto al nuevo continente, gracias a una beca de La Caixa, para estudiar un Master de Cine en Nueva York. Cuando tuvo la oportunidad de rodar, en este caso en 35mm, pensó que seria un buen momento en unir sus dos pasiones : cine y basket.
Y por lo que parece, fue un buen trabajo. Rodado en el 2009, el propio autor reconoce todas las alegrías que le ha proporcionado su mini film. Ya que gracias a la calidad del proyecto después de rodarlo, ha tenido la oportunidad de embarcarse del corto al largometraje.
Historias de superación
Al terminar la historia, uno no puede evitar sentirse como Alex. Recordar a ese niño que lo intentó y consiguió lo más importante : Tener fe en sí mismo. La suficiente confianza como para realmente creernos nuestros propios ídolos. Éramos niños, podíamos hacer todo, ¿por qué renunciamos a esos sueños?