Recuerdo un chiste muy viejo (y muy malo) en el que un amigo le decía a otro: “Chico, es que somos tontos”. El otro, ofendido, reponía: “¡Oye, oye!, no pluralices”; a lo que primero contestaba: “Vale: eres tonto”. Que, ¿a qué viene tan vetusto y escaso de gracia chascarrillo? Pues a que somos tontos.
Vamos a ver: pagamos una verdadera fortuna para ir a ver un partido de fútbol de élite. Hasta aquí, bien: que cada uno haga lo que quiera con sus capitales, así tenga que acabar el mes comiendo chopped con pan duro. Pero es que, encima, presumimos de ello.
Tras desembolsar una cantidad de dinero que, en muchos casos, nos permitiría ver media docena de partidos de baloncesto –no hablo ya de otros deportes cuya localidad cuesta aún menos-, nos sentamos, incómodos, a ver a once multimillonarios, digamos que jugar, contra otros once.
Cuidado: antes de seguir adelante, he de aclarar que hablo de mis gustos personales, tan discutibles como los que más.
Pasiones en una balanza
El caso es que, tras abonar la localidad en un estado de fútbol, nos sentamos a la intemperie a ver como veintidós señores juguetean (en muchos casos si jugaran, no se ganarían estas críticas), aunque con unas fenomenales condiciones técnicas, sin demasiada pasión. Porque esa es otra: los clubes de fútbol son unas empresas tan descomunales que las responsabilidades quedan diluidas. Y con ellas, ya se sabe, las ganas de trabajar más de lo imprescindible.
Veamos ahora con lo que se encuentra un aficionado que acude animar a su equipo de la Liga Endesa. Digamos que va a ver al UCAM Murcia, por o irnos muy lejos. Éste paga su entrada –como ya hemos dicho, mucho más barata- y se sienta igual de incómodo que el “futbolero”, sólo que a cubierto.
El basket español mueve mucho menos dinero, de modo que, sientan o no los colores -no me imagino a un coreano enamorado del granate pimentonero-, han de trabajar por el bien del club que, si no ingresa el dinero que ellos producen dando espectáculo, no podrá pagarles. Además, una cancha ofrece menos posibilidades de “esconderse” que un campo de fútbol.
Un punto en común y una comparación que no se sostiene
Pero he de reconocer que tanto baloncesto como fútbol tienen un componente en común –aparte de lo incómodo de los asientos-, que es la pasión que despiertan en el aficionado. Sólo que la pasión por la canasta suele ser –aunque siempre haya imbéciles- más sana: donde hay menos comercio, hay menos corrupción. Donde hay menos corrupción, hay más respeto.
Es por eso: por el respeto al rival, porque, hechas las salvedades correspondientes, me puedo ir de cañas con un hincha del equipo contrario igual que me iba con mis rivales cundo jugaba, que me quedo con el baloncesto. En mi caso, hacerlo de otro modo sería de tontos. Y ya ves que no pluralizo.