Por encima de las derrotas

Aún estoy digiriendo lo del mundial. Tal vez por eso no he escrito mucho sobre baloncesto últimamente…  Esa docena de bestias que me hacían gritar eufórico en el sofá de casa (lo de en el sofá es un decir, que me pasaba más tiempo saltando que Pau volando a por los rebotes) caían contra una de las selecciones que más antipáticas me resultan.

Vale. Es personal. Pero no me gusta que Francia gane ni al gua. Al igual que los españoles, los franceses  son chovinistas, pueblerinos y cerrados. Pero de otro país, de modo que me alegro cada vez que les cae una goleada, una minutada, una pasada o una pu… ¡paliza! Una paliza humillante en cualquier deporte.

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Y, como dice una amiga, lo que jode no es perder los cafés, sino el tintineo de las cucharillas –en este caso en forma de risas y comentarios con egges-.

Reconozco que, por momentos, casi se me saltan las lágrimas ante lo buenos que son estos tíos. Verdadero básquet fantasía, oiga. Pero llegó el temido y casi inevitable día tonto. La diferencia está en que en un día tonto un equipo como Estados Unidos gana sólo por veinte puntos y España, en las mismas circunstancias, cae ante Francia. Lástima.

Baloncesto. El resto son circunstancias

En cualquier caso, el baloncesto sigue siendo baloncesto, mi deporte, la segunda cosa que más me gusta de la vida (yo sabré cuál es la primera). Sigue siendo el juego que más me apetecía en el patio de recreo de los salesianos allá por los últimos días de los ochenta y la excusa perfecta para desengrasar las articulaciones de tanto libro, tanto boli y tanto ajedrez.

Pueden los Gasol, Reyes, Llull… caer ante quien sea (Francia incluida), puede que España no vuelva a pisar una fase final de un campeonato o que el UCAM cambie de deporte y se dedique al béisbol… Pero nadie me va a quitar esta pasión por la canasta.

Vida, al fin y al cabo

Es más, me ha abandonado la salud en los últimos tiempos, hasta el punto de que me cuesta coordinar ojos, brazos y piernas y, aun siendo imprescindible esta combinación para jugar, no renuncio a unos botes y unos tiros de vez en cuando. Paso-paso-bote-paso-paso-bote… ¡toc! Yo creo que últimamente hacen los aros algo más pequeños: no es normal lo que estoy fallando.

En fin, que no. Que el orgullo nacional (o el personal) no dependen de unos tipos que -estos sí- representan a la élite de un deporte que difícilmente vamos a ver a tal nivel durante unas cuantas generaciones. Y que el gusto por el baloncesto tampoco depende de victorias o derrotas. Al fin y al cabo, esto es BA-LON-CES-TO.